miércoles, 1 de septiembre de 2010

Domingo, 29 de agosto de 2010.


Escoltados por mi madre y mi padre que van conduciendo detrás de nosotros, avanzamos rumbo a Puerta de Hierro mientras el Flaco les va marcando el camino.

Hoy mis padres dormirán en casa y el Flaco me acompañará durante la noche porque quiere estar presente durante la visita de la oncóloga para aclarar toda la serie de dudas que tenemos con respecto al trasplante. Le gusta tenerlo todo controlado y la verdad es que a mí me viene muy bien porque hay muchas cosas que a veces olvido preguntar.

Es increíble lo que una madre puede hacer por sus hijos, la mía me sorprende cada día más, hace cosas que jamás hubiese imaginado. Es muy fácil decir toma las llaves y conduce el coche hasta el hospital en un país que apenas conoces. Ahora hasta se lleva el coche al supermercado del pueblo y ya aprendió a chatear, está hecha una campeona. Finalmente a la vuelta mi padre llevó el coche porque mi madre no ve bien de noche, y aunque se perdieron consiguieron orientarse para llegar a casa.

Es la primera vez que mi padre me acompaña a un ciclo de quimioterapia y da tanta tranquilidad que así sea, tener aquí a mis padres y al Flaco me fortalece. Además, puede comprobar en primera persona que estoy en un hospital bien preparado, con un excelente equipo de oncólogos y una atención al paciente incuestionable (prometo que no ha habido ningún cheque de por medio para que yo hablara así de bien del hospital).

Al llegar al hospital nos espera una sala casi vacía y la pantalla de los turnos en blanco. Nos acercamos a la única ventanilla que está funcionando y nos encontramos con un chico joven de aspecto caribeño mirando idiotizado la página de facebook. La reacción natural de cualquier empleado que sabe que no está haciendo su trabajo es cerrar de inmediato la pantalla y atender al paciente, pero no señores, el individuo en cuestión terminó de leer un comentario y, entonces, sí, nos atendió. La verdad es que me hizo un poco de gracia la adicción al facebook que tenemos hoy en día y, lejos de enfadarnos, sólo hubo una mirada cómplice entre el Flaco y yo. Hoy no me ponen el brazalete, la máquina del “all inclusive” estaba estropeada, así que cualquiera de los cuatro podría ser un paciente.

Esta vez nos asignan la habitación 115, una de asilamiento. Esperamos a que llegue la chica que nos guía hasta la planta de oncología. “Ángel Esther Rodríguez”, al escuchar mi nombre nos levantamos los cuatro, mi madre, mi padre, el Flaco y yo, y así sucesivamente el resto de pacientes que van llamando. “No vamos a caber todos en el elevador”, qué inocente mi padre, por eso lo quiero. Somos los que más cerca estamos de la planta así que nos suben enseguida.

No hay nada mejor que llegar al hospital y ser tan bien recibida. “No la queremos ni nada aquí”, comenta una de las chicas a mis acompañantes. Lo primero que recibo son los abrazos y besos de las auxiliares que están de turno. Todas son especiales, todas siempre con una sonrisa en la cara, toda siempre dispuestas a hacernos la estancia en hospital más agradable, al igual que las enfermeras, sobre todo María, la más especial, de todas dice que soy como una hija para ella.

Charlamos los cuatro durante un largo rato en los que salen las vergonzosas anécdotas de la infancia, esas que sacan los colores. Aún no me creo ver a mi padres aquí, que bonita sensación el tenerles de nuevo juntos, aunque sea sólo por unos días.

Más tarde vuelve la enfermera a colocarme el gripper. Un pinchazo y voilá, extrae dos tubos para la analítica que marcará si podrán darme o no el tratamiento mañana.

Es la primera vez que vengo con ganas de recibir el tratamiento, cualquiera pensaría que estoy loca, que cómo puedo tener ganas de que me metan más veneno, pero cuando llegas a comprender que la quimioterapia no es tu enemigo, sino tu aliado en esta batalla, es en ese momento cuando tu actitud se transforma.

Sobre las 10 de la noche se marchan mis padres a casa y poco tiempo más tarde una enfermera llega con los resultados de la analítica, gracias a que hoy hay un oncólogo de guardia que los revisa. Cual Popeye y su lata de espinacas estuvieron toda la noche transfundiendo sangre por estar baja de hemoglobina. No me canso de agradecer a todos los donantes que nos dan un poquito de su sangre para que gente como yo podamos seguir luchando, gracias totales.

Quiero agradecer a Dios por habernos dado la oportunidad de reunir a toda la familia en Madrid y poder compartir tantos buenos momentos que me han llenado de felicidad.

¡Feliz cumpleaños la Yus! Eres la mejor hermana del mundo. Te quiero con toda mi alma.

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