viernes, 18 de junio de 2010

Domingo, 13 de junio de 2010.


A las 17.00 de la tarde nos dábamos la última ducha caliente el Flaco y yo entre risas y nuesrtos cuerpos desnudos empapados en jabón. Poco tiempo más tarde pusimos rumbo a Puerta de Hierro junto con mi madre cargados del ya bien conocido “kit de supervivencia”. Al llegar al hospital le indico a mi madre que espere sentada mientras saco el número para ser llamada cual pollería en la ventanilla de ingresos. Una pantalla sin números advierte que el sistema no funciona correctamente, así que me acerco al mostrador para preguntar por mi turno. Una amable señora me dice que espere a ser llamada mientras atiende al teléfono. Un grupo de gente aguarda impaciente en la sala a que les asignen sus respectivas habitaciones. A mi lado un anciano recoge del suelo una polilla muerta y la observa con incredulidad. La que parece ser su nieta le reprende obligándole a soltarla. El abuelo aún con la polilla en la mano comenta el gran tamaño del bicho.

Esperamos un rato más hasta que al fin me llaman para colocarme la pulsera. En ese momento llega el Flaco de recoger unos papeles que habíamos olvidado en el antiguo piso de Las Rozas.

A las 19.00 una chica joven con una lista en la mano empieza a llamarnos, al decir mi nombre hace un gesto extrañada, algo que suele ocurrirme habitualmente. Al igual que un rebaño nos movemos todos los familiares y pacientes en masa siguiendo a la chica. En seguida, nos detenemos ante la puerta de la cafetería donde comienza a despacharnos. Afortunadamente, soy la tercera en la lista y no tenemos que esperar demasiado para ir a la habitación. Subimos en el ascensor hasta la primera planta. La chica nos lleva hacia el control de enfermería donde comienzo a reconocer los rostros de las auxiliares y enfermeras de siempre. Ángel, mi tocayo el enfermero me hace subir a la báscula para ver mi peso. Algo menos sorprendida descubro que he subido dos kilos. Rápidamente, la vanidad y el orgullo me apartan del aparato maldito y Ángel se precipita a decirme que necesitan saber mi peso para ajustarlo al tratamiento. En definitiva la operación biquini no es mi prioridad en estos momentos.

En seguida, nos vamos todos a la habitación 115 en donde pasaré con mi madre los próximos 4 días de tratamiento. Esta vez descubro que hay una puerta más. Ángel nos explica que es una puerta de aislamiento, pero que como otras muchas cosas en el hospital, no funciona, por el contrario, tiene sus desventajas, no se puede controlar ni el aire acondicionado ni la calefacción. Después de enumerarle la lista memorizada de medicamentos que debo tomar todos los días, sale de la habitación para más tarde volver a hacerme la analítica y colocarme la aguja en el port a cath. Me coloca la chincheta en el pecho tan sutilmente que apenas me da tiempo a decir ¡auch! Es sin duda uno de mis enfermeros preferidos. Tras un pequeño repaso de reconocimiento a la habitación, el Flaco le da unos cuantos consejos a mi madre del sofá cama y de algunas preguntas que hay que hacerle a la oncóloga. Es la primera vez que no pasa una noche conmigo en el hospital y no lo lleva bien del todo, yo también lo voy a extrañar. Ambos salen al control de enfermería a pedir unas sábanas. Hacen falta hasta tres intentos para que finalmente nos las entreguen. Charlamos los tres durante un largo rato hasta que dan las 22.00 de la noche. Tras un largo masaje de pies de mi madre sucumbo a los brazos de Morfeo, pero las ganas de hacer pis me hacen levantan horas más tarde. Doy varias vueltas en la cama hasta que por fin consigo conciliar el sueño. No he descansado muy bien.

Ser una enferma de cáncer no te hace ni más fuerte ni especial ni más guapa ni más fea ni más lista ni peor persona ni más valiente ni más introvertida ni más débil ni más huraña ni más sensible ni más simpática. Estar enfermo de cáncer simplemente te aporta una visión nueva del mundo, de cómo enfrentarte a él desde una perspectiva diferente, más vital y sincera por así decirlo, en el que cada día, cada hora y cada segundo son auténticos regalos que debes aprovechar como lo más preciado. El cáncer es presente, es ahora, el ciclo de cada día, el avance de hoy y no de mañana, porque lo que vendrá después sólo depende de cómo te esfuerces hoy. Tener paciencia y confiar en tu cuerpo, tu mente y tu espíritu, concentrar esas tres energías en un solo objetivo, salir adelante un día más de vida.

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