viernes, 16 de julio de 2010

Sábado, 10 de julio de 2010.


Sábado noche. Nuevamente hago una parada obligada en Urgencias. Unos fuertes dolores que empezaron el martes pasado cuando recibí los buenos resultados de las últimas pruebas me trajeron de vuelta al hospital. Una gran cantidad de sentimientos encontrados vinieron a mi cabeza, por un lado la alegría de que la enfermedad había disminuido en tamaño e intensidad y por otro la desilusión de descubrir pocas horas después de darme el alta que el gángleo del cuello había vuelto a aumentar en tamaño causándome dolores muy fuertes desde la cabeza hasta la mano derecha. Intenté controlarlo sin conseguir mucho éxito con paracetamol de un gramo cada 6 horas. Durante esos días me resultó imposible dormir entre los fuertes dolores, las sudoraciones nocturnas y el intenso calor, ni siquiera me entraron ganas de comer.

El cáncer es una enfermedad muy traicionera y cada día me lo deja más claro. Es resistente y hay que levantarse siempre para no dejar que mine tu mente y sobre todo tu salud. Siempre te puede jugar un revés en el momento menos esperado y hay que estar preparado psicológicamente para no dejarte venir abajo. En muchas ocasiones me he sentido como si me sumergieran la cabeza en un cubo lleno de agua durante unos segundos y después me dejaran tomar un respiro para luego volverme a introducir en un ciclo que parece nunca terminar. Es una sensación desagradable que muchas veces intento no pensar, pero está allí y tienes que sobreponerte a él todos los días.

Esta vez mi madre y el Flaco me acompañan a Urgencias después de haber meditado entre todos que lo mejor era no dejar pasar más tiempo, incluso podría ser contraproducente no hacerlo teniendo en cuenta que quedaba menos de un día para mi próximo ingreso. Llegando a Urgencias me acerco entre lágrimas a explicarle los síntomas a la señorita de Administración que en seguida me pasa a la sala de clasificación de pacientes para no hacerme esperar más en vista de mi mal estado. Hablo de cómo me encuentro con un joven enfermero intentando sintetizar al máximo, pero sin saltarme los detalles más importantes. Me pasa directamente al Nivel II de Urgencias, que para mi sorpresa me lo encuentro completamente vacío, parece que la gente en domingo no suele enfermarse mucho. Intenta pasar mi madre a acompañarme pero seguridad se lo impide. Así que el Flaco y mi madre se acercan de nuevo al control de administración para pedirle como favor especial permiso para acceder a la sala de Urgencias a entregarme la bolsa que se había quedado mi madre en donde estaban mis cosas. Hasta las once de la noche es el horario de visita y sólo pueden estar durante 20 minutos contados, aunque siempre se puede arreglar, el Flaco es experto en esos temas después de todo este tiempo acompañándome.

Poco tiempo después me pasan a una consulta donde mientras me exploran me hacen una serie de preguntas sobre mis antecedentes clínicos y los motivos por los que había vuelto. Nuevamente, cuento a grandes rasgos mi enfermedad que me sabe a un texto memorizado y, por último, le explico los fuertes dolores que estoy teniendo a causa del gángleo del cuello en forma de pacman que me está pinzando un nervio. El Flaco que ocupaba en esos momentos sus diez minutos correspondientes, pregunta a la doctora si hay una oncóloga de guardia, que, afortunadamente, está y no tarda mucho en acudir a la consulta. Me despido del Flaco que no podré ver sino hasta al día siguiente porque no permiten acompañantes en las salas de Urgencias, salvo que el estado del paciente así lo requiera. Casi al mismo tiempo entran mi madre y el enfermero al box, donde me encuentro tumbada y siento un gran alivio al verla allí conmigo. El dolor es constante y sólo espero que las cosas no demoren demasiado para poder descansar en condiciones.

El enfermero me coloca el gripper y de inmediato me saca tres pruebas para hacer una nueva analítica de sangre y comprobar cómo están todos los niveles. Más tarde entra la oncóloga con la primera doctora que me atendió y se sienta en la camilla a mi lado. Me pregunta una vez más que le cuente por qué he vuelto a Urgencias y le explico todo de nuevo, que estaba muy contenta por los resultados del último PET y justo el martes que me dan el alta comienzo a sentir que el gángleo empieza a inflamarse, que los dolores van a más, que tomo paracetamol cada 6 horas sin conseguir reducir el dolor, etc. Me pregunta que qué es lo que me preocupa el dolor o la situación. Evidentemente, las dos cosas, pero si duda, la incertidumbre que me causa el que haya crecido en apenas días cuando se suponía que las cosas iban bien y que al fin la enfermedad había respondido.

Entre llantos le comento que estoy cansada, angustiada y muy agobiada, porque esto significa probar con otro tratamiento, que tenía la esperanza de que este fuese el bueno y de que ya estaba más cerca del trasplante de médula. Mostrando su lado más humano me intenta convencer de que este no es en ningún caso un paso atrás, que aún existen tratamientos para mi enfermedad, que ha estado reunida con el equipo de oncología hablando de mi caso y que tengo todas las de ganar, que soy una mujer muy joven y por ende muy resistente, que prácticamente mi fortaleza me ha hecho resistir todos los tratamientos que me ponen por delante, una verdad como un templo, porque llevo unos meses recibiendo mucha quimioterapia. Y lo más importante que los linfomas se CURAN. A pesar de todo mi mente no deja de dar vueltas, es inevitable, sientes mucha rabia contenida e intentas entender que esto siempre puede pasar y que tienes que estar preparada para lo bueno y para lo malo, que no te puedes dejar derrumbar, no sólo por ti sino por la gente que está a tu alrededor.

Después de la charla y de que mi madre y yo nos hayamos quedado moqueando durante un rato tras haberla escuchado, me dice que me van a colocar más corticoides y paracetamol, que con eso será suficiente para quitar los dolores. Se despide y nos quedamos un rato a solas en espera de que alguien nos diga cuál es el paso siguiente. Y cuán grande es mi sorpresa al ver entrar de nuevo al Flaco en la consulta. Evidentemente los 20 minutos de visita ya habían transcurrido, pero el Flaco se las ingenia muy bien y en un descuido de seguridad aprovecha la oportunidad para colarse por una sala de clasificación de pacientes que se había quedado momentáneamente vacía. Allí dentro de la consulta nadie los veía e incluso pudieron acompañarme hasta el Nivel I de Urgencias, una sala fría y llena de fluorescentes donde me asignaron una cama junto a otros pacientes que aguardaban subir a planta los próximos días. Me despedí de ambos ya más tranquilos de que al fin iba a estar atendida.

Unas auxiliares me dejaron una bata incómoda y calurosa para cambiarme la ropa de calle. Hice un repaso de la sala, unas enfermeras jóvenes enganchadas al ordenador veían los últimos resultados del partido Alemania-Uruguay, dos camas más allá de la mía un señor muy demacrado enchufado a una bombona de oxígeno. Más tarde entró un chico joven que colocaron a un lado de mi cama. En los boxes, estaban los enfermos más graves que necesitaban estar aislados parar mayor comodidad, algunos acompañados de un familiar. Es imposible que no te vengan a la cabeza viejos recuerdos de cuando ocupamos uno de esos cubículos. Lo siento como si fuera ayer, el Flaco durmiendo en una silla incómoda al lado de mi cama sosteniéndome todo el tiempo la mano para darme fuerzas después del dolor por el que estaba atravesando.

Y desde luego dormir en Urgencias es una tarea complicada por no decir imposible. Una vieja conocida no porque haya conseguido hablar con ella, sino porque desafortunadamente ya me ha tocado sufrir sus gritos desde por la noche hasta la mañana del día siguiente. Esta vez también intentaba quitarse las vías mientras gritaba con todas sus fuerzas “Policía, policía, policía”, “Sáquenme de aquí”, “Me tienen presa”. Sólo se detenía para volver a coger aire y continuar con su bucle incesante. A juzgar por su voz y sus alucinaciones debía ser una mujer mayor recibiendo altas dosis de morfina o por los menos algo que se le parezca, porque lo que no es normal es que se pase así toda la noche.

Afortunadamente, tuve la oportunidad de preguntarle a una enfermera mientras me colocaba la medicación por la paciente. Me dijo que ya le habían puesto algo para que dejara de gritar. No es que me alegre, pero al menos así conseguiré pegar ojo, después de casi una semana si poder hacerlo. De repente cuando creía que por fin descansaría me llega un olor a mierda muy intenso que empieza a extenderse por toda la sala de Urgencias, descubro que se trata del viejito contiguo a mi cama que las auxiliares ha decidido cambiar. Es un olor muy desagradable, pero pienso que peor lo tiene que estar pasando él al ser aseado por dos mujeres desconocidas. Me doy la vuelta y me meto debajo de las sábanas para conseguir esquivar el olor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario