viernes, 14 de mayo de 2010

La historia del huevo.


Esta es la historia de un huevo que vivió un mes en mi cuello. Yo lo vi crecer y pasar de ser una dimunita bolita, casi imperceptible al ojo humano, hasta alcanzar el tamaño de un huevo duro.
Todo empezó en abril mientras veíamos un partido de fútbol. Nacho, un colega de mi compañero de piso, celebró efusivamente un gol del Madrid conmigo. Acto seguido, sentí un tirón en el cuello. Me fui al baño para ver si tenía algo y descubrí un pequeño bulto. Más adelante la masa comenzó a crecer. Crisitina, una buena amiga, me acompañó al hospital para que me lo mirasen. Me hicieron una ecografía y dijeron que se trataba de un hematoma, que si en tres semanas no desaparecía volviese para realizarme otro tipo de pruebas. Me marché más tranquila a casa, pues, en principio, sólo se trataba de sangre coagulada.
Lo más curioso de todo es que no me causaba ningún dolor, sólo me molestaba un poco al tragar y a la hora de dormir ya no podía tumbarme de ese lado. Apesar de todo podía llevar una vida normal, incluso días antes había estado escalando en el pantano de San Juan y luego de ruta en 4x4 en Cantabria. El huevo me acompañaba en todo momento y no dejaba de crecer.
Pasaron dos días desde que volvimos de Santander y el pequeño bultito apenas perceptible por el ojo humano se había convertido en un gran huevo duro. A todo esto, la masa aumentaba rápidamente de tamaño, razón por la cual decidí acudir a mi oncóloga para que me hiciera una prueba más exhaustiva. Cuando nos vimos en la consulta no pudo asegurarme que se tratara de un hematoma, así que decidió repetirme el TAC que me habían hecho la semana pasada, pero esta vez tomando también el cuello. La cita estaba programada para el 12 de abril, pero dada la rapidez con la que crecía la masa no me dio tiempo a llegar a la cita y tuve que entrar de Urgencias al hospital.
Fue un 7 de abril. Volvía a casa después de dar un paseo y al tumabarme en la cama sentí que se me dormía el brazo derecho, justo el lado donde tenía el huevo. Era un dolor muy intenso. Tomé un calmante para aliviar el dolor, pero no consiguió frenarlo. En seguida llamé a Jorch para que me acompañara a Urgencias y éste al no tener coche, telefoneó a Miguel, que rápidamente nos recogió y nos acercó al hospital. A diferencia de otras ocasiones en las que me hacían esperar horas hasta atenderme, fue todo más rápido. El médico me dijo que habían visto en los resultados de las pruebas que no se trataba de un hematoma, sino de algo relacionado con el Linfoma. Entonces se me vino el mundo encima. Nuevamente, volvían los viejos fantasmas. Lloré tanto de la rabia que me daba. Fue un golpe muy duro pues tenía la esperanza de que sólo fuera un cóagulo de sangre. Tuve que quedarme ingresada en Urgencias y ni siquiera pude ver a mi Flaco para darle un abrazo porque el horario de visitas ya había pasado. Necesitaba que me abrazara y me dijera que todo iba a salir bien.
Después nos pasaron un par de días a Observación donde, honestamente, lo pasamos muy mal. No paraba de darme vueltas la cabeza, pensaba una y otra vez que iba a volver a lo de siempre quimioterapia, pruebas, consultas, ingresos, pinchazos, dolores.
Al día siguiente vinieron las oncólogas a informarme de que me subirían a planta para hacerme las pruebas pertinentes y de una vez por todas poder ponerle nombre y apellido al extraño ser que habitaba en mi cuello.
El viernes entré en quirófano donde me practicaron una biopsia. Créanme no es nada agradableque te abran el cuello aún estando bajo los efectos de la anestesia y menos cuando es local y te enteras de todo. Llega un punto en que te resignas a pensar que no queda más remedio que aguantar y tirar pa' lante.
Tras la pequeña intervención me dejaron un par de horas en ARPA (Àrea de Recuperación de Pacientes Anestesiados). Lo único que deseaba en esos mmomentos era estar con el Flaco, necesitba un beso, un abrazo, un poco de cariño.
Pasaron cinco angustiosos días hasta que por fin me dieron los resultados. Las pruebas confirmaron que, efectivamente, se trababa de un Linfoma y que no sólo había aparecido uno en el cuello, sino que se estaba formando un segundo en la clavícula y, para rematar, que todavía quedaban restos del tumor del mediastino, ese cabrón que tanto se resiste. Pero le vamos a dar caña.
Nuevamente, me derrumbé. No sabía qué pensar. En esos momentos, Cristina me acompañaba, pues el Flaco se encontraba trabajando. Nos abrazamos y recuerdo que la cabeza me daba vueltas. Me dijeron que tenían que darme un tratamiento nuevo de quimioterapia y que intentarían dejarme limpia de enfermedad para poder practicar un trasplante de médula ósea. Descartaron el autorasplante porque mi médula ósea está, digamoslo así ,atrofiada. Tras unos momentos de asimilación decidí dejar de lamentarme y cogí fuerzas para seguir adelante. Si he podido con uno por qué no voy a poder con otros dos. Con todo lo que he luchado este año ahora no es el momento de venirse abajo. Así, que me armé de valor y recibí el tratamiento con la mejor de las sonrisas. Transcurrieron dos largas en el hospital entre las pruebas y el tratamiento. Finalmente, me pusieron la inyección para subir las defensas y nos marchamos tranquilos a casa.
Quién se iba a imaginar que a los dos días de recibir el alta, nuevamente, comenzaría a sentir un dolor muy fuerte en las piernas. No sé describir el gran dolor que sentí, pero era tal que no podía parar de gritar y delirar. El Flaco estaba al teléfono mientras yo le imploraba que me ayudara, que no podía soportarlo más. Llegó a casa en cuestión de minutos y al ver la situación en la que me encontraba no dudó en llamar de inmediato al 112 para que mandaran una ambulancia.
La ambulancia acudió de inmediato al rescate. En apenas 10 minutos que se me hicieron eternos, dos paramédicos me colocaron en una silla de ruedas para llevarme en ascensor hasta donde se habían estacionado. Jorch me acompañó dentro de la ambulancia, mientras el Flaco nos seguía con su coche hasta el hospital. Recuerdo que me dio la mano para hacerme sentir mejor, pero los dolores eran tan fuertres que no dejaba de implorar que me pincharan, que me dolían mucho las piernas. El trayecto en ambulancia desde casa hacia el hospital se me figuró eterno. Escuchaba la sirena y no veía el momento de llegar. Sudaba, gritaba, deliraba ¡por favor, ayúdenme, no puedo más!
Al fin llegamos al hospital y me trasladaron de inmediato en camilla hasta la sala de Urgencias donde me tomaron una muestra de sangre para saber que debían administrarme. Mientras tanto, yo seguía agonizando. El Flaco no se separó de mi en ningún momento. Tras recibir los resultados de la analítica y al haber contactado con los oncólogos que llevan mi caso, decidieron ponerme unos calmantes que aliviaron el dolor por momentos. ¡Vivan las drogas! Fue lo último que recuerdo que dije. Fue allí donde me di cuenta que la situación se estaba poniendo aún más seria, porque en seguida volvieron los dolores. Al ver la terrible situación de sufrimiento en la que me encontraba, los oncólogos decidieron conectarme a una bomba de morfina.
Nos dejaron al Flaco y a mi dos largos días en un box de Urgencias y al tiempo nos trasladaron a una habitación en Observación donde mal comimos y mal dormimos.
El dolor seguía siendo tan intenso que ni aún con la morfina consiguieron controlarlo. Pasé dos días sintiéndolo. A veces era más fuerte y otras, en cambio, conseguía controlarlo con la respiración. Lo peor de todo es que la morfina estriñe, y entre que había estado dos semanas haciendo mal, tenía la tripa llena de mierda. Eso me hacía una presión en los lumbares que me causaba aún más dolor. Como estaba inomovilizada en la cama tuvieron que ponerme un pañal, que las enfermeras llaman cariñosamente Dodot, para que pudiera hacer mis necesidades. Fueron dos noches durísimas en las que tuvimos que aguantar a una señora que no paró de gritar en toda la noche. Tuvieron que atarla de brazos y piernas porque no dejaba de arrancarse las vías de los brazos. Entre gritos decía que no estaba loca, que la desataran. El pobre Flaco apenas y durmió en una silla incomodísima que le trajeron hasta altas horas de la noche. Me dab tanta tranquilidad tenerle allí, en esa fría sala blanca de Observación.
La morfina seguía corriendo por mis venas y el dolor continuaba aún en mi cuerpo. Hicieron falta varios rescates de morfina (dosis más altas) para conseguir controlar del todo el dolor. Pero, sin duda, la clave fue el enema que me metieron por el culo para poder evacuar en condiciones. No quisera sonar escatológica, pero esta expericiencia es digna de contarse.
Allí esta yo en esa fría sala de Observación con un pañal atado al culo, cuando de repente hice un esfuerzo sobrehumano por incorporarme. El dolor era terrible, pero había conseguido ponerme de lado y en ese momento dos ventosidades trajeron consigo una gran cantidad de mierda, fue tal cantidad que desbordó el pañal por todos sus lados. Era como si estuviera pariendo. No sé cómo fui capaz de conseguirlo, pero lo hice. Tras la liberación de la mierda acumulada de semanas, comencé a sentirme mucho mejor. Tenía tanta caca acumulada que el hedor cubría la sala entera de Observación. El pobre Flaco tuvo que ventilar el box porque no había quien aguantara el olor. Lo siento por las celadores a quienes de verdad admiro, porque ellas son las que tuvieron que tragarse todo el marrón, y nunca mejor dicho, entraron al box y me cambiaron el pañal.
Al día siguiente, me subieron a planta donde contnué enchufada a la bomba de morfina. Bendita morfina, sí, tú, que alivias nuestros dolores a costa de dejarnos psicológicamente molidos. Tú que nos insensibilizas, nos maltratas, nos deprimes, nos anulas, nos vuelves humo.
Recibir morfina ha sido una de las experiencias más duras de todo mi vida. Hubo días en los que me entraban ganas de desaparecer, de dejar de pensar, pues no me encontraba ni tampoco me sentía y del apetito sexual, ni hablar se esfumó. Comía sin hambre, bebí sin sed, era incapaz de hablar y no quería ver nadie. Sólo el Flaco podía comprenderme. Pero la persona que estaba allí tumbada en esa cama conectada a una bomba de morfina no era yo, era un ente, un trozo de carne insensible e infeliz. Era como estar muerta en vida.
Al día siguiente, en cuanto se pasó a verme la oncóloga le pedí que me bajasen la dosis de morfina, que ya me encontraba mejor y que necesitaba estar de nuevo consciente. Así lo hicieron. Una larga semana estuve conectada a la dichosa bombita. No sabéis hasta que punto te trastoca la morfina, te afecta directamente al cerebro y te vacía como ser humano. Sólo deseo no volver a pasar por una experiencia así porque los efectos psicológicos son muy duros de aguantar.
Y hasta aquí llega la historia del huevo que vivió en mi cuello durante un mes. Los corticoides y la qimiorterapia lo mandaron a mejor vida y a su colega, el de la clavícula, también. Ahora sólo queda esperar a que las pruebas lo confirmen, pues mi cuello ha vuelto a la normalidad y no parece más el de un piloto de fórmula uno.

"Y colorín, colorado, este huevo se ha acabado".

6 comentarios:

  1. Que huevos tienes prima!

    :)

    -Juanjo.

    PD Se te puede llamar a tu movil?

    ResponderEliminar
  2. Primo!!! qué ilusión me hace de que sigas mis chocoaventuras ¡Claro que puedes llamarme al móvil! Me contó mi papá que a lo mejor os venís tu mami e Ivonne a Madrid. Me encantaría veros después de tanto tiempo, bueno a ti ya te tengo más visto jejeje...tienes mi número??? te i love you primo

    ResponderEliminar
  3. Tu primo tiene toda la razón! los tienes bien puestos! jeje
    Me parece una gran idea esta del blog, seguramente te estará ayudando a pasar esos malos momentos... y te admiro profundamente por la naturalidad con la que cuentas todo...

    Un abrazote fuerte Angel!

    ResponderEliminar
  4. Carmelitus, gracias por leerme, me alegro que te guste...lo importante es que me lo paso bien escribiéndolo y si puede ayudar a alguien, entones, mejor que mejor...
    ¡Enhorabuena por la victoria del Atlético! aunque ya sabes a quién le voy...
    beso gordo
    pd.espero que verte pronto desaparecido

    ResponderEliminar
  5. Chuli, admiro tu fuerza, la capacidad que tienes para sacar, literal, tannnta mierda y ajustar de una manera heróicamente humilde tu mente y tu espíritu para seguir engrandeciéndolo, y la verdad es que tú así eres, no es nada nuevo... pero lo que envidio en realidad, con todas mis fuerzas, es la LIBERTAD, ¡LIBERTAD! con la que vivirás después de esto!!!! Coño, que viva el culero huevo. El bendito huevo hace que te amemos todos todavía más.

    ResponderEliminar
  6. Chuli, mi portera número uno, sabes que hay cariño y que apesar de la distancia recuerdo como si fuera ayer todos los momentos que vivimos juntas cuando jugábamos al hockey.
    Gracias por tomarte la molestia de leerme, si te digo la verdad me lo paso genial escribiendo, así que espero que me sigas leyendo je, je, je.
    Besazo guapa.
    pd. yo también te amooo

    ResponderEliminar